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Leyendas ........

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Mensaje  Paula Lun Mayo 06, 2013 6:19 am

La Torre de Doña Blanca
Leyenda aragonesa

Leyendas  ........ - Página 2 1182kq0

Albarracín, es una localidad preciosa, y con una factura medieval, que fácilmente sumerge al visitante en un mundo de leyenda, una sensación que se acrecienta aún más si cabe, cuando llega el atardecer.

Por eso no es extraño, que sea un escenario ideal, para imaginar hechos extraordinarios, como es el caso de la leyenda de la Torre de Doña Blanca.

Se cuenta que la infanta Doña Blanca, emprendió la huida de Aragón, temerosa de los celos y los miedos que le tenía su cuñada, la reina.

De esta forma, llegó hasta Albarracín, donde la familia Azagra, dueña y señora de la población, le acogió con aparente hospitalidad.

Sin embargo, nadie volvió a ver con vida a la infanta, y se dice que fue encerrada en una torre de las murallas, la que aún hoy conserva su nombre, donde murió de tristeza.

Existe la creencia de que su apenada alma, todavía habita en la torre, de la que sale en las noches de luna llena, para bajar a bañarse en las aguas del río Guadalaviar.
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Mensaje  Paula Lun Mayo 06, 2013 6:21 am

Calle del lazo
Leyenda madrileña

Leyendas  ........ - Página 2 35cn1w5

Cuenta la leyenda, que el rey Alfonso X (siglo XIII), regaló un bello lazo de oro a su enamorada María Dalanda. El rey Alfonso X, sospechando que su amada tuviera otro amante, mando que la vigilasen.

Una noche se encontró un joven muerto, dicen las malas lenguas que dicho joven llevaba el lazo de oro que le había regalado el rey, confirmando así la infidelidad.

Otra leyenda que dio el nombre a esta calle fue la aparición en el arroyo de San Ginés de un gran lagarto que estaba atemorizando a los vecinos, estos se reunieron y dispusieron dar caza al lagarto colocando una trampa y finalmente ponerle un lazo.
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Mensaje  Paula Dom Jun 09, 2013 12:53 am

La leyenda de Pascualita, el maniquí viviente de Chihuahua
Leyenda Mexicana


Leyendas  ........ - Página 2 2vtclsi

Paseando por las calles de Chihuahua, uno quizás pierda la noción del tiempo y ni tan siquiera se percate de que el sol ya se ha escondido y de que las ajetreadas y transitadas calles van quedando ya solitarias, mientras se escuchan los estridentes chirridos del bajar de persianas de los últimos comercios que van cerrando sus puertas.
Quizás, y solo quizás, nuestros errantes pasos nos lleven hasta la Avenida Ocampo donde la luz brillante de un escaparate, esquina con la calle Victoria, atraiga nuestra atención y nos invite a averiguar lo que allí se expone. Es posible que al descubrir tras el cristal a un maniquí vestido de novia una extraña sensación nos invada y nos quedemos contemplando durante largo tiempo hasta el más mínimo detalle de sus facciones. Puede pasar que, mientras observamos los detallados surcos que recorren sus manos, nos parezca ver por el rabillo del ojo un movimiento sutil de su cabeza.

Con toda seguridad alzaremos la vista rápidamente y tras dudar unos segundos, sonreiremos imaginando que todo ha sido fruto de nuestra imaginación y emprenderemos de nuevo nuestro camino. Puede ser que esa misma noche, al acostarnos y volver a recordar lo sucedido, nos vuelvan a asaltar las dudas y nos sorprendamos al recordar que al marcharnos de allí el maniquí sonreía, cosa que no hacía cuando lleguemos.

Al día siguiente, todavía con esa mirada de cristal en nuestras retinas, le contemos lo sucedido al camarero del bar de la esquina mientras nos sirve el primer café de la mañana y este, mientras nos da una palmada en el hombro nos felicite y nos diga:
- Vaya, eres un hombre con suerte. No ha todo el mundo le sonríe la Pascualita.


La leyenda de Pascualita o “la Chonita”, se ha ganado con el paso de las décadas el estar en los primeros puestos del imaginario colectivo y legendario de México. Como toda buena leyenda que se precie, su origen es un tanto confuso y sus ramificaciones son muchas y variadas.

En su base, podemos contar que Pascualita está en el aparador de “La Popular” (que se considera la mejor tienda de vestidos de novia de Chihuahua), desde el 25 de marzo de 1930. El maniquí fue traído de Francia, comprado por la dueña del negocio, la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez. Desde el primer día, todo aquel que pasaba ante el aparador de La Popular se quedaba maravillado por la belleza del maniquí, que no tardó en tener nombre propio. La dueña la nombró Chonita, porque había llegado a la tienda el día de la encarnación, pero el populacho tenía más fuerza y acabó por ser conocida por el nombre de su dueña, Pascualita (se puede leer que el maniquí tenía un gran parecido con su dueña, y de ahí el apodo). La cuestión es que el maniquí se convirtió en una especie de icono, teniendo en cuenta que los maniquíes de la época poco o nada tenían que ver con éste, realizado con sumo cuidado con cera, ojos de cristal y pelo de verdad insertado de forma artesanal. No es de extrañar que se le otorgara el título de la Novia más bonita de Chihuahua, título que continúa ostentando hoy en día.

Hasta aquí, todo entra dentro de lo normal y lógico, pero en algún momento inconcreto que podríamos situar en la década de los sesenta, comienzan a circular rumores en Chihuahua sobre Pascualita que van más allá de su belleza cerúlea. Unos dicen que la han visto moverse, otros que mientras la contemplaban ella sonrió e incluso se escuchan rumores de que durante la noche, Pascualita baja de su peana y se pasea por el interior de la tienda, quizás buscando vestidos más bonitos que lucir.


Estos rumores van a más cuando fallece su dueña, en 1967. Entonces son muchos los que aseguran que su espíritu queda encerrado en su querido maniquí y allí sigue desde entonces, mostrándose solo en contadas y sutiles ocasiones. Lejos de caer en el olvido, la leyenda de Pascualita continúa tan viva como el primer día y los reportes de gente que asegura ver sus gestos y sus movimientos continúa hoy en día.

Una mujer recibió un balazo en la calle justo delante de ella y aseguró que fue ella la que la salvó de la muerte y como agradecimiento la enciende velas periódicamente desde entonces. Otros, enamorados quizás del maniquí, contratan a músicos para que la ronden y no se siente sola…


Otra versión de la leyenda, no menos interesante, cuenta que la hija de Pascualita falleció el día de la boda justo cuando se encontraba ante el altar y que la madre, dolida y apenada por la perdida, decidió embalsamar el cadáver, vestirlo de novia y tenerlo siempre junto a ella. Esta versión es poco creíble, no sé si alguien podrá corregirme, pero por lo que he podido encontrar, Pascualita solo tuvo un hijo y fue niño.


El maniquí, que en sus mejores tiempos llegaba a congregar a grandes cantidades de público ante la tienda, parece que también fue revisado por las autoridades, supongo que por aquello de la ilegalidad de tener a un muerto en un escaparate y el veredicto fue negativo, cera y plástico.

Fuere como fuere, la cuestión es que todos los dueños de “La Popular” han guardado celosamente el secreto de su maniquí Pascualita, y que el único milagro comprobado son los beneficios que desde hace muchas décadas le ha reportado ya que el vestido más vendido de la tienda siempre es el que luce Pascualita, pues se dice que la novia que se casa con ese vestido tiene asegurado un porvenir feliz y sin apuros.
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Mensaje  Paula Sáb Jul 06, 2013 1:37 am

Leyenda de la Susona
Leyenda sevillana


Leyendas  ........ - Página 2 Mkas0o

Sevilla, el Barrio de Santa Cruz , este es el enclave de la leyenda que os voy a contar. En una ciudad con tanta historia, el ir paseando por sus calles supone a la vez ir descubriendo muchas historias bonitas y sorprendentes, a veces adornadas por el pueblo a través de los años con parte de fantasía convirtiéndolas así en leyendas.

Un día mientras realizaba una visita con mi clase de gestión cultural, por uno de los barrios más bonitos y con más solera de la ciudad, El Barrio de Santa Cruz, parte del antiguo barrio de la judería Sevillana, descubrí esta leyenda. Uno de mis profesores, me contó la historia. Para aquel que no conozca Sevilla, El Barrio de Santa Cruz está compuesto de calles y callejones laberínticos , muy estrechos ( algunas de poco más de un metro). Por una de estas calles, cerca del patio de Banderas y desembocando en la Plaza de Doña Elvira se encontraba la antigua calle de la Muerte, ahora en honor de la historia que os voy a contar calle Susona.

Nos llamó la atención el profesor, para que nos fijáramos en un azulejo muy macabro que había en la pared. Azulejo que representaba, y venía a dejar huella de una historia de amor, traición y venganza .

Como casi todo el mundo sabe, el sur de España ha sido crisol de muchas culturas, y ha visto crecer numerosas religiones. sin embargo las más duraderas, han sido: la judía, cristiana y la morisca. En ocasiones, las diferencias entre ambas, se hicieron notables, dando origen a historias como esta.

En 1481, en la época de los reyes Católicos, empezó a fraguarse un complot por parte de los judíos. Esto sucedió como represalias al trato sufrido de parte de los cristianos. La cosa ya venía de un siglo antes, cuando se produjo una gran matanza, con cerca de 4000 judíos muertos en la que casi terminaron con los judíos de Sevilla.

Los judíos intentaban, mediante el citado complot, hacerse con el control de la ciudad. Para ello también buscaron el apoyo morisco.

El lugar elegido para la reunión de estos fue la casa de Diego Susón judío converso, cabecilla de la revuelta. Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como "la fermosa fembra" por su hermosura .

La judía recibía tantos halagos de sus vecinos que le hizo soñar con alcanzar un puesto en la vida social de la ciudad y comenzó a verse con un hidalgo cristiano de Sevilla.

Un día mientras esperaba que todos se acostasen en su casa para ir al encuentro de su amante se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza , en la cual pensaban atacar a los principales caballeros de la ciudad .

Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a su amante para advertirlo del peligro que corría y que así este pudiese ponerse a salvo. No se dio cuenta que con ello ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla.

Su amante en cuanto pudo, puso la rebelión a oídos del asistente de la ciudad Don Diego de Merlo , que se personó en la judería para acabar con el complot y detener a los cabecillas de la misma. Entre ellos evidentemente se encontraba Diego Susón, el padre de nuestra protagonista.

Detuvieron a los judíos y se lo llevaron a la cárcel , donde permanecieron unos pocos días y después fueron ahorcarlos en Tablada.

Repudiada por los suyos, por ser la causante de la muerte de su propia gente, y tras caer en la cuenta de su grave error, la Susona desesperada busca ayuda en la Catedral donde le dan la confesión y el bautismo.

Pero esto no queda aquí, por que para más desgracia de nuestra protagonista, su galán, no quiso saber más de ella. La pobre joven, desesperada, desalentada, busca refugio en un monasterio de clausura.

A la muerte de la Susona y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito "Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás".

Ciertamente se hizo la voluntad de la misma y tras su muerte y durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1600 permaneció la cabeza de esta en dicho lugar en la conocida por este macabro motivo como calle de la muerte.

Tiempo después se colocó un azulejo con una carabela y se cambió el nombre de la calle , por Susona .Esto se puede ver todavía en el Barrio de Santa Cruz.
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Mensaje  Paula Sáb Jul 06, 2013 1:41 am

El Mayab, la tierra del faisán y del venado
Leyenda Maya


Leyendas  ........ - Página 2 2mhcwf9

Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.

Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.

Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.

Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.

Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.

Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:

—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.

Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.
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Mensaje  Paula Miér Ago 21, 2013 6:24 am

El lago de Taravilla
Leyenda Castellana

Leyendas  ........ - Página 2 12331w4

Esta Leyenda Castellana es del Siglo XVI y se titula El lago de Taravilla. Un relato entretenido y lleno de misterio.
Una tarde de septiembre de 1528, bajo una imponente tormenta, llamó a un albergue perdido en el monte, un noble caballero. Sus vestidos eran lujosos, y el ventero, después de inspeccionar por la mirilla de la puerta abrió complacido.
El recién llegado pidió lumbre para secar sus ropas y permiso para meter en la cuadra a su caballo. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El ventero, imaginando que el caballero sería algún gran personaje extraviado en el monte y con sus bolsillos repletos de escudos, determinó apoderarse del oro, ya que a un rincón tan intrincado del bosque nadie le habría visto entrar. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y no cambió palabra con él para que sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Escuchó un rato sin percibir el menor ruido, y sabiendo que ya con certeza el caballero dormía, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre el lecho y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz durmiente. El asesino cuando comprobó a la luz de una bujía que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El hostelero se sintió feliz, varias veces contó las monedas y finalmente las puso en lugar seguro, metió a la víctima, rápidamente, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo transportó hasta la cercana laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Vuelto a casa, el criminal borró toda huella del crimen, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, como no encontró el cuchillo, se inquietó con el pensamiento de que lo hubiese dejado clavado en el muerto y de que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Pero se tranquilizó pensando ¿quién podría verlo nunca ?, podría vivir tranquilo, ningún humano había llegado jamás al fondo del lago.
Pasados unos meses, una negra noche, un fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, finalmente desaparecieron en las entrañas de las simas y el lago quedó seco. Acudieron a contemplarlo los vecinos de los pueblos de alrededor y descubrieron un saco abierto por algo cortante y un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del hostelero grabado.
La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.
Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.
La laguna de Taravilla es visitable, está cerca de Molina de Aragón, en el parque natural del Alto Tajo.
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Mensaje  Paula Miér Ago 21, 2013 6:25 am

La leyenda de la calle Petritxol
leyenda de Barcelona

Leyendas  ........ - Página 2 2vvufb6

Cuenta la leyenda que allá en el siglo IX, cuando Barcelona se encontraba bajo el dominio musulmán, la única misa cristiana que se permití*a celebrar era en la iglesia del Pino antes del amanecer para que no coincidiera con las primeras liturgias en las mezquitas ya que de la otra forma se considerarí*a un hecho ofensivo.
Los cristianos viví*an en el Raval y para llegar a su única parroquia habí*an de dar un largo rodeo ya que las calles que llevaban directamente a la iglesia estaban reservadas a los musulmanes. Una misa a esas intempestivas horas sumado a la gran vuelta que tení*an que dar hací*a que la parroquia estuviera casi siempre vací*a.

Un dí*a el viejo sacerote fue a sacar agua de su poco para lavar el cáliz antes de misa con la mala fortuna de rompérsele la cuerda del cubo. Intentando recuperarlo utilizando garfios y todo lo que tení*a a mano extrajo ante su sorpresa un cofre repleto de oro. Volvió a hacer la misma operación obteniendo otro cofre lleno con más monedas y así* varias veces. Comprendió entonces que todo ese oro lo debieron guardar en un lugar seguro los cristianos antes de la invasión sarracena por lo que su inversión tení*a que ser en beneficio de ellos.

Como su prioridad era llenar de nuevo su parroquia con feligreses, ni corto ni perezoso se dirigió al emir para buscar una solución le preguntó cuánto costarí*a comprar la calle que va desde la muralla hasta la iglesia, es decir, el camino más corto. El emir quiso poner un precio inalcanzable y le ofreció cubrir esa calle con monedas de oro. Sólo así* podrí*a comprarla.

Dí*as más tarde, el anciano sacerdote ayudado por unos cuantos feligreses sacaron de la iglesia del Pino cofres y más cofres repletos de monedas de oro y empezaron a cubrir el suelo de la calle. Quedaban pocos metros para alcanzar la muralla cuando las monedas se terminaron. Al ver tantí*simo dinero junto, el emir no podí*a perder la ocasión de llenar sus maltrechas arcas, así* que regaló el terreno que les faltaba hasta la muralla y allí* abrieron una nueva puerta que sólo la podí*an cruzar los cristianos para no cruzarse con los musulmanes. Más que una puerta era una portichuela, o portitxol o petritxol, dando nombre a la calle.
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Mensaje  Paula Jue Ene 16, 2014 4:24 am

La leyenda del café
Leyenda etíope

Leyendas  ........ - Página 2 25ho7bl

Por el año seiscientos vivió en Etiopía un pastor llamado Kaldi. Cierto día que cuidaba su rebaño de cabras notó que los animales desarrollaban una conducta extraña. Nerviosamente iban y venían, subían y bajaban, en un estado de agitación que se prolongó todo el camino de regreso y persistió durante una noche, que se volvió interminable. Sólo a la mañana siguiente el rebaño pareció calmarse y fue así como siguió con mansedumbre al amodorrado pastor hasta las zonas de pastura.

Hasta que unas cerezas tentadoras detuvieron su paso, y luego de mordisquearlas, las cabras retomaron su conducta nerviosa del día anterior.
Kaldi observó las plantas que aparentemente habían causado el cambio en su rebaño y probó con cautela una hojita y un fruto.

Lo primero que percibió fue que no se trataba de un arbusto de cerezas, y que el sabor no era tan agradable como el que esperaba. Pero también sintió que el cansancio producido por la larga noche de insomnio se había desvanecido y era remplazado por una energía que lo impulsaba a la acción.

Kaldi tomó consigo unas ramas florecidas y encabezó la marcha hacia un monasterio que se encontraba a pocos kilómetros. A paso vivo lo seguía su rebaño. Al llegar a la casa religiosa, el pastor fue introducido a presencia del Abad, mientras sus animales quedaban al cuidado de unos desorientados monjes.

Informado del descubrimiento, el Abad llevó a Kaldi a la cocina, y prudentemente hirvió una rama con algunos frutos rojos. Pero cuando probó el gusto de ambos, le pareció tan desagradable que en un impulso arrojó el atado entero sobre el fuego. La cocina se vio invadida de un aroma delicioso que indujo al Abad a hacer una nueva prueba. Tomó el fruto tostado y preparó una infusión que, con su perfume cálido atrajo a un grupo de monjes a la cocina. Así nació el café, de Etiopía al mundo; probado por unas cabras, descubierto por un pastor, tostado por un Abad, celebrado por unos monjes, que nunca pudieron imaginar que ese enérgico sabor se seguiría prolongando durante siglos.
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Mensaje  Paula Lun Mar 10, 2014 6:47 am

El árbol de la vida

Leyenda Pehuenche sobre la Araucaria o Pehuén


Leyendas  ........ - Página 2 29ksy88

A pesar de su vida seminómada, que lleva a sus hombres a apacentar las majadas en los prados de las altas cumbres durante el verano, los pehuenches siempre regresan a armar sus rukas al abrigo de los huahu para pasar los rigores de los crueles inviernos andinos. Y aquel año, tan lejos en el tiempo que los árboles caminaban y los animales aún hablaban con los hombres, las mujeres y la gente menuda de la tribu de Okorí, el aguilucho, se encontraban dedicados a preparar la bienvenida a los cazadores que bajaban de las montañas después de haber pasado allí muchas lunas, dedicados a la caza del huemul y del luán(guanaco), mientras las mujeres permanecían al cuidado de los hijos y las pertenencias. Como todas, la mujer de Likán espera a su hombre; su hijo mayor Okoirí, que ya es casi un kona, ha juntado con sus hermanos menores su último cesto de piñones y ahora espera ansioso el regreso de su padre, pues la próxima vez saldrá con él a bolear ñandúes y chulengos, como los bravos de verdad. Sus hermanas, junto con Aluhué, su madre, han hervido los piñones para ablandarlos y quitarles la piel, y preparado el muday (bedida de los pehuenches) con que los cazadores se refrescarán de sus largas jornadas en la montaña. Pero Likán se retrasa; todos los otros konas(guerreros) ya se encuentran entre sus familias, pero su padre no llega. Sus compañeros de cacería lo vieron por última vez en los pehuenales del Kuyum, persiguiendo un choike(ñandú), pero luego lo han perdido de vista. La madre presiente la tragedia; espera aún algunos días, recorriendo las laderas con la vista durante el día y aguzando el oído durante la noche, pero finalmente, con la primera nevada, llama a su hijo mayor y le pregunta:
-Okorí, ¿recuerdas cuántos años has cumplido?
-Sí, doce.
-Por lo tanto, ya eres todo un kona y deberás hacerte cargo de una tarea difícil. Tu padre ha salido de caza y prometió volver hace ya más de tres lunas, pero las grandes nevadas están próximas y aún no ha regresado. Es valiente y fuerte, pero puede haber sido atacado por algún enemigo o haber caído bajo las garras del nahuel. Pero ahora eres el hombre de la familia y tu deber es salir a buscarlo, para ayudarlo en caso necesario. Saldrás mañana al amanecer y te dirigirás a los bosques del Kuyum. Aquí tienes provisiones para varias lunas; cúbrete con tu makuñ y lleva tu arco y tus flechas, por si fuera necesario.
Consciente de sus nuevas responsabilidades, Okorí partió con los primeros rayos de Antü; atravesó los salitrales del bajo Yanki*hué y se encontró finalmente en los pehuenales del Kuyum, donde su padre había sido visto por última vez. Okorí tenía la fuerza y la resistencia de tres de sus compañeros de juego, pero la ansiedad y el esfuerzo lo fueron doblegando... La nieve caía ya en densos copos helados y la tormenta no parecía llevar miras de parar. El frío era intenso, despiadado, letal.
-Papal... ¡chachai .. -clamaba el muchacho, tratando de detener el castañeteo de sus dientes. Ya casi no tenía fuerzas para llevarse a la boca el alimento que su madre le había preparado y sus piernas se negaban a sostenerlo. Sin embargo, en un último esfuerzo divisó, no lejos de él, un enorme pehuén, el árbol sagrado, al que todo viajero, mediante una ofrenda, puede solicitar ayuda cuando se encuentra perdido o en grave peligro. Pero, ¿qué podría ofrecer el pobre Okorí, en el estado en que se encontraba? Luchando contra la parálisis provocada por el frío, el joven se sacó trabajosamente los shumel(calzado), y los colgó de las ramas más bajas de la enorme araucaria. Inmediatamente se sintió renovado, como si el pehuén le hubiera insuflado sus inmensas ansias de vivir. De nuevo se levantó y caminó sin descanso, hasta divisar, ya cayendo la tarde, a un grupo de konas descansando alrededor de una vivificante hoguera en las que se asaban los restos de un choike. Se acercó rápidamente, esperando ansiosamente que su padre se encontrara entre ellos y, al no verlo, los saludo cortésmente. Los forasteros no contestaron a su saludo. Y Okorí advirtió que no se encontraba entre amigos. Dudó cuando lo invitaron a sentarse ante el fuego, pero la cortesía lo obligaba, y la tentación de calentarse un poco era demasiado grande para ignorarla. Sin embargo, enseguida se arrepintió de su prontitud para aceptar, pues los extraños se arrojaron sobre él, le amarraron los tobillos, le ataron las manos a la espalda y se alejaron de allí, llevándose sus armas y la chaihue donde traía su comida. Antú, el sol, ya se ponía y Trafuya, la noche, se acercaba con sus terrores y la helada amenaza del congelamiento. Okorí había escuchado demasiadas historias de la noche como para que no la invadiera un terror paralizante, como nunca había sentido en su vida. Las había escuchado de las mujeres que hablaban entre ellas, mientras trabajaban, de los hombres que nunca habían regresado de sus viajes, o se las había contado su padre cuando, de vuelta de alguna partida de caza, le enseñaba a armar sus lakai y sus propias armas y lo prevenía sobre los peligros que encontrarla cuando él mismo debiera internarse en los bosques. Sabía de la artera presencia de Kamlín, la nieve, que cae sibilina y silenciosa, y va ocultando y deformando las señales del camino, y adormece los miembros si uno permanece quieto demasiado tiempo. También había oído del relampagueante nahuel, rápido como una centella y mortífero como un puñal. Y supo que el temor que había sentido cuando oía las historias no era más que un juego de niños, rápidamente exorcizado por la presencia de su padre o su madre o, simplemente, por el brillo del fuego del hogar. Pero el miedo de ahora era otra clase: era el terror inconmensurable de saberse a punto de morir y que nada ni nadie podría evitarlo. Mientras tanto, la madre, que esperaba en la ruka el regreso de ambos, tuvo una visión aterradora: soñó que su esposo, Likán, había sido asesinado, y vio en sueños a su hijo, atado de pies y manos y abandonado sobre la gélida nieve. Entonces supo que se encontraba en un gravísimo peligro y que sólo ella podía salvarlo. Convencida de que ya nada podría hacer por su hombre, se cortó las largas trenzas renegridas, como hacen todas las mapuches en señal de duelo y, conteniendo los sollozos que pugnaban por brotar de su pecho, emprendió la búsqueda de su hijo, antes de que fuera demasiado tarde. Caminó largo tiempo a través del bosque de koíhues, llamando a veces a su esposo, otras a su hijo, con el corazón endurecido como una roca por la angustia y la desesperación. Así, mientras cruzaba un pequeño bosque, encontró primero el cadáver de su esposo, con una profunda herida en el costado y el querido rostro semienterrado en la nieve, sucio de sangre y de tierra. Sin siquiera tocarlo comprendió que ya no encontraría a Likán en aquellos despojos y, tomando el afilado cuchillo de piedra con que trabajaba las pieles, cortó dos mechones del resto de su negro pelo y, colocándolos sobre el pecho del muerto, retomó el camino en busca de su hijo. Entretanto, en el claro del bosque donde había pasado la noche encogido de hambre, de sed y de frío, Okorí, atenazado por el tenor, recobró algo de su confianza al ver aparecer la luz del sol, pero luego, al sentir sobre su cara los helados copos de nieve que volvían a arremolinarse sobre él, se sintió tan aterrado ante la proximidad de la muerte, que las pocas fuerzas que le quedaban estallaron en un grito desesperado, e imaginando que el pehuén en que había colgado sus shümel era como una madre que podía ayudarlo, comenzó a invocar su protección:
-¡Ven y ayúdame, oh, pehuén!
Y cerró los ojos, para no ver la temida imagen de Leflán, la muerte, cuando llegara en su busca. Sin embargo, volvió a abrirlos cuando sintió que los copos de nieve ya no caían sobre su cara y que Küréf, el viento, ya no se arremolinaba a su alrededor. Levantando la vista, contempló asombrado las ramas del pehuén, de su pehuén, que se había agitado y sacudido hasta desarraigar sus raíces de la tierra, y había caminado hasta él para no dejar sin respuesta su desgarradora demanda de ayuda. Luego, al llegar junto a Okorí, el pehuén extendió sus raíces a los lados del cuerpo del joven y sus ramas sobre él, proporcionándole así una verdadera cuna y la ruka más verde y más confortable que el niño pudiera desear. Poco tiempo más tarde llegó la madre, siguiendo las huellas de su hijo, que la cruel nevada iba haciendo desaparecer rápidamente. Al llegar al claro entre los colihues, pudo distinguir en las ramas bajas del pehuén el calzado de su hijo y, algo más allá, el cuerpo inanimado protegido por las raíces bienhechoras. Sin demora, desató sus ligaduras y lo reanimó, soplando su aliento sobre su rostro rígido y sus dedos agarrotados. Poco a poco, Okorí fue recobrando la conciencia, y poco después iniciaban el viaje de regreso, dejando sobre la nieve recién caída las huellas de sus pies descalzos, ya que la abnegada madre también había dejado sus shümel colgadas de las ramas bajas del árbol, como ofrenda por haber salvado a su hijo. Detrás de ellos, como un espíritu magnánimo y protector, el pehuén se deslizaba trabajosamente sobre sus raíces, y poco después madre e hijo llegaban hasta donde se encontraba el cadáver de Likán, quien había sido asesinado por los desconocidos para despojarlo de sus escasos enseres y armas. Allí recogieron el cuerpo y lo trasladaron hacia las proximidades de la ruka donde los siguió el solícito pehuén, prestándoles su protección contra el viento y la nieve que continuaba cayendo. Sólo al llegar a las afueras de la ruka, el árbol detuvo su marcha; la mujer depositó en tierra el cadáver de su hombre y el pehuén lo cubrió con sus raíces que, poco a poco, se fueron sumiendo con los restos en las entrañas de la tierra, hasta quedar de nuevo ferrameante aferradas a las rocas y a la tierra que le daba la vida. Alzando los ojos anegados en llanto, madre e hijo pudieron ver entonces al soberbio pehuén que elevaba sus ramas hacia el cielo como una muda peglaria a Nguenechén, el creador de todas las cosas. Y entonces, el pehuén sonrió... Sonrió como sólo pueden hacerlo los árboles: con su verdor, con sus flores, con sus flores, con sus frutos, con sus retoños. Y tanto Okorí como su madre reconocieron aquella sonrisa, la límpida expresión que sólo puede mostrar un ser que ha culminado satisfactoriamente una obra de amor al prójimo.
Y desde ese día el lugar fue conocido como Neuque, nombre que posteriormente derivaría en Neuquén, sitio privilegiado donde el pehuén aún sigue creciendo, ofreciendo sus frutos y su a todo aquél que lo necesite, aunque no todos sean capaces de apreciarlos y agradecerlos.

Fuente: Cuentos, Mitos y Leyendas patagónicos, Ciudad de Buenos Aires, Ediciones Continente.
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Mensaje  Paula Mar Mar 18, 2014 4:17 am

La Leyenda De La Yerba Mate
Leyenda argentina

Leyendas  ........ - Página 2 119v0gn

Un día, desobedeciendo los consejos de Tupá, el Dios padre de los guaraníes, Así, la Luna, y su amiga Aria, la Nube rosada del crepúsculo, quisieron bajar a la tierra.

Así lo hicieron y tomaron sus formas corpóreas. Lo hicieron en esas zonas de tierras rojas, pero no habían contado con los peligros que podía acecharlas en el bosque. Mientras paseaban entre los árboles, admirando sus frutos olorosos, gozando de ver sus hermosos rostros en las aguas límpidas de los ríos, disfrutando de caminar sobre la hierba fresca, se les presentó un jaguar que se disponía a atacarlas. Ellas quedaron inmóviles y anonadadas.

En ese momento se presentó un anciano que se enfrentó al peligroso animal, y que con su cuchillo logró matar al yaguareté, y acabar con el peligro que corrieron las diosas en ese momento, en que ni siquiera les dio tiempo de abandonar sus formas terrenales.

El viejo indio las invitó a su cabaña para recibir la hospitalidad de su familia. Llegaron a una choza humilde y miserable, en que fueron recibidas por la mujer y la hija del anciano. Así y Aria habían quedado maravilladas por la hermosura de la joven llena de un tímido recato.

Comieron panes de maíz que hizo la vieja india con el resto de maíz que le quedaba a la familia para alimentarse, ofreciéndoles su pobreza en demostración de amistad y cariño.

Y aceptando esa bondad de la familia, pasaron allí esa noche descansando de las emociones vividas durante ese día en la tierra.

Cuando quedaron solas las dos, Aria preguntó:

-¿Qué hacemos ahora, Así? ¿Volvemos a nuestra morada y dejamos que estas gentes crean que nuestro encuentro ha sido un sueño ?

Así movió negativamente la cabeza.

-No, no, Aria. Estoy llena de curiosidad por saber cuál es el motivo que les ha hecho retirarse a estas soledades y encerrar con ellos a esa hermosa joven. Y, si no logramos que nos lo digan, nuestro poder no es suficiente para adivinarlo. Esperemos a mañana.

Aria no sentía la curiosidad de Así; pero era amiga de la pálida diosa, y accedió a su deseo, aunque no le agradaba mucho pasar la noche en la ruinosa cabaña.

A la mañana siguiente, cuando llegó la nueva luz, Así anunció al viejo que había llegado el momento de marchar.

- Esperamos - le dijo - que, así como os habéis comportado con nosotros tan amablemente, nos acompañéis, según dijisteis, hasta el linde del bosque.

Apenas se habían apartado del claro del bosque donde estaba la cabaña, cuando Así, con toda su fría astucia, intentó que su acompañante les dijera lo que tanto deseaba. Pero el viejo había intuido el deseo de la joven, y, atribuyéndolo a curiosidad propia de mujer, se decidió a satisfacerlo, y le dijo:

- Hermosa doncella, bien veo que os ha llamado la atención el alejamiento en que vivo con mi mujer y mi hija; mas no penséis que hay en ello ningún motivo extraño.

Y luego escucharon el relato del anciano indio, que les confió que estaban viviendo alejados del poblado, para apartar a su inocente hija de los peligros que le podría acarrear su increíble belleza e inocencia.

Durante su vida juvenil había vivido junto a los de su tribu, una tribu como las muchas que estaban en las proximidades de los grandes ríos, dedicadas a la caza y a la lucha. Allí conoció a la que fue su mujer, y su alegría no tuvo límites el día en que nació su hija, una niña tan llena de hermosura, que aumentaba el gozo natural de sus padres. Pero esta alegría se fue trocando en preocupación a medida que la niña fue creciendo, pues era tan inocente, tan llena de candor y tan falta de malicia, que el padre empezó a temer el día en que perdiera tan hermosos atributos. Poco a poco, el desasosiego, la inquietud y el temor invadieron el espíritu del indio hasta que determinó alejarse de la comunidad en que vivía para que en la soledad pudiese su hija guardar aquellas virtudes con que Tupa la había enriquecido.

- Abandoné todo lo que no me era necesario para vivir en el bosque - dijo el viejo - y, sin decir a nadie hacia dónde iba, huí como un venado perseguido, hacia la soledad. Desde entonces vivo allí. Sólo el cariño que tengo a mi hija pudo hacerme cometer esta especie de locura. Pero soy feliz, vivo tranquilo.

Calló el viejo y ninguna de las dos supo qué contestarle. Entonces Así, viendo que el linde del bosque estaba cerca, le pidió que las dejase, después de prometerle que a nadie hablarían de su encuentro. Accedió el viejo indio, y, una vez que Así y Aria se vieron solas, perdieron sus formas humanas y ascendieron a los cielos.

Pasaron algunos días, en los que la pálida diosa no podía olvidar las aventuras y sobre todo el encuentro que había tenido en el bosque, y, observando al viejo indio desde su soledad celeste, comprendió todo el valor de la hospitalidad que aquél les había ofrecido en su cabaña, pues vio que las tortitas de maíz, de que tanto gustaban todas aquellas tribus, habían desaparecido de su alimento. Era indudable que las que les fueron ofrecidas habían sido las últimas que tenían. Entonces, una tarde, volvió a hablar con Aria y le contó lo que había observado.

- Yo creo - dijo la nube sonrosada - que debemos premiar a aquellas gentes. ¿Qué te parece, Así?

- Lo mismo he pensado yo, y por eso he querido hablar contigo. Podríamos hacer, ya que el viejo tiene ese cariño por su hija, tan fuera de lo común, que nuestro premio recayese sobre la joven.

- Has pensado bien, Así. Y como fue tan hospitalario, y sabes que Tupa se alegra de que los hombres sean de ese modo, tendremos también que demostrárselo.

Desde aquel momento, las jóvenes diosas se dedicaron con afán a buscar un premio adecuado. Por fin, se les ocurrió algo verdaderamente original y, con el mayor secreto, se decidieron a ponerlo en práctica. Para ello, una noche infundieron a los tres seres de la cabaña un sueño profundo, y, mientras dormían, Así en forma de blanca doncella fue sembrando, en el claro del bosque que delante de la choza se extendía, una semilla celeste. Después volvió a su morada, y desde el cielo oscuro iluminó fuertemente aquel lugar, a la vez que Aria dejaba caer suave y dulcemente una lluvia menuda que empapaba amorosamente la tierra. Llegó la mañana, Así quedó oculta bajo el sol radiante, pero su obra estaba concluida. Ante la cabaña habían brotado unos árboles menudos, desconocidos, y sus blancas y apretadas flores asomaban tímidas entre el verde oscuro de las hojas. Cuando el viejo indio despertó de su profundo sueño y salió para ir al bosque, quedó maravillado del prodigio que ante la puerta de su choza se extendía. Desde ella estaba quieto y silencioso queriendo comprender lo que había sucedido, pero a la vez con un soterrado temor de que sus ojos y su mente no fuesen fieles a la realidad. Por fin, llamó a su mujer y a su hija, y, cuando los tres estaban extáticos mirando lo que para ellos era un prodigio, otro mayor acaeció ante sus ojos y les hizo caer de rodillas sobre la húmeda tierra. Las nubes, que desperdigadas vagaban por el cielo luminoso, se juntaban apretadamente y lo tornaron oscuro, al mismo tiempo que una forma blanquísima y radiante descendía hasta ellos. Así, bajo la figura de doncella que habían conocido, les sonreía confiadamente.

- No tengáis ningún temor - les dijo -. Yo soy Así, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad y el alimento caliente que beberán. Y vuestra hija vivirá eternamente, y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón. Ella será la dueña de la yerba.

Después, la diosa les hizo levantar del suelo donde estaban arrodillados, y les enseño el modo de tostar y de tomar el mate.

Pasaron algunos años, y al viejo matrimonio le llegó la hora de la muerte. Después, cuando la hija hubo cumplido sus deberes rituales, desapareció de la tierra. Y, desde entonces suele dejarse ver de vez en vez entre los yerbatales misioneros como una joven hermosa en cuyos ojos se reflejan la inocencia y el candor de su alma.
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