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Cuentos para pensar

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Cuentos para pensar - Página 7 Empty Re: Cuentos para pensar

Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:20 am

Las huellas doradas

Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma? Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- "Por un peso te alquilo el catalejo. "

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo, que desplegó el catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- "¡Qué raro!", exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- "¿Qué es lo raro?", preguntó el viejo.

- "El punto brillante", dijo Martín, "ahí en el patio de la escuela", siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.

- "Son huellas", dijo el anciano.

- "¿Qué huellas?", preguntó Martín.

- "¿Te acuerdas de aquel día...? Debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares", contestó el viejo.

Y después de una pausa siguió:

- "¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier."

- "No me acordaba", dijo Martín. "Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?"

- "Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida."

- "¿Y?"

- "Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros", explicó el viejo, "las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas."

Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio.

- "Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado."

Martín miraba la ciudad.

- "Ese que está ahí en el centro", siguió el viejo, "es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica...y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él."

Apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:21 am

Una joya única

Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. A poca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tapices, a alguna ciudad vecina.

Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader, diciéndole:

- "Buen amigo, ¡salud!... pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?"

- "¡Ay!", respondió el árabe con tristeza. "Estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas."

- "¡Bah!", respondió el inglés. "La pérdida de una joya no debe ser gran cosa para ti, que llevas tesoros sobre tus camellos, y te será fácil reponerla."

- "¡¿Reponerla?!... ¡¿Reponerla?!", exclamó el árabe. "Bien se ve que no conoces el valor de mi pérdida."

- "¿Qué joya es, pues?", preguntó el viajero.

- "Era una joya, como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo.

Adornábanla veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya ves que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás."

- "A fe mía", dijo el inglés, "tu joya debía ser preciosa. Pero, ¿no crees que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?"

- "La joya perdida", volviendo a quedar pensativo, "era un día, y un día que se pierde... no vuelve a encontrarse."
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:22 am

Pregúntale a los muertos

En un amplio patio de la casa más elevada del poblado, descansaba un hombre anciano cuyo rostro se decía que inspiraba una extraña mezcla entre misericordia y firmeza. Era conocido por el nombre de Khalil, y de todos era sabido que de sus palabras parecía brotar un manantial de sabiduría.

Un día de sol, en el que el anciano se hallaba meditando bajo la sombra de una vieja higuera, se presentó ante el umbral de su jardín un joven que dijo:

- “Amigo sabio, ¿puedo pasar?”

- “La puerta está abierta” - respondió Khalil.

El joven, cruzando el umbral y acercándose al anciano, le dijo:

- “Me llamo Maguín y soy artista. Mi trabajo es sincero y pleno de sentimiento, sin embargo tengo un gran problema: me atormentan las críticas que se hacen de mi vida, mi obra y mi persona. Vivo obsesionado por las descalificaciones de los críticos de arte, y por más que trato de que no me afecten, me acaban esclavizando... Sé que eres un hombre sabio y que tu fama de sanador alcanza los horizontes más remotos. Dicen también que tus remedios son extraños, y, sin embargo, no me falta confianza para acudir a ti, a fin de conseguir la paz que tanto necesito en la defensa de mi imagen.”

Khalil, mirando al joven con cierta displicencia, le dijo:

- “Si quieres realmente curarte, vé al cementerio de la ciudad y procede a injuriar, insultar y calumniar a los muertos allí enterrados. Cuando lo hayas realizado, vuelve y relátame lo que allí te haya sucedido.”

Ante esta respuesta, Maguín se sintió claramente esperanzado en la medicina del anciano. Y aunque se hallaba un tanto desconcertado por no entender el porqué de tal remedio, se despidió y salió raudo de aquella casa.

Al día siguiente, se presentó de nuevo ante Khalil.

- “Y bien, ¿fuiste al cementerio?” - le pregunto éste.

- “Sí” - contestó Maguín, en un tono algo decepcionado.

- “Y bien, ¿qué te contestaron los muertos?”

- “Pues en realidad no me contestaron nada, estuve tres horas profiriendo toda clase de críticas e insultos, y en realidad, ni se inmutaron”

El anciano sin variar el tono de su voz le dijo a continuación:

- “Escúchame atentamente. Vas a volver nuevamente al cementerio, pero en esta ocasión vas a dirigirte a los muertos profiriendo todos los elogios, adulaciones y halagos que seas capaz de sentir e imaginar”

La firmeza del sabio eliminó las dudas de la mente del joven artista por lo que despidiéndose, se retiró de inmediato.

Al día siguiente Maguín volvió a presentarse en la casa de anciano...

- “¿Y bien?”

- “Nada” - contestó Maguín en un tono muy abatido y desesperanzado.

- “Durante tres horas ininterrumpidas, he articulado los elogios y elegías más hermosos acerca de sus vidas, y destacado cualidades generosas y benéficas que difícilmente pudieron oír en sus días sobre al tierra, y... ¿qué ha pasado? Nada, no pasó nada. No se inmutaron, ni respondieron. Todo continuó igual a pesar de mi entrega y esfuerzo. Así que... ¿eso es todo?”, preguntó el joven con cierto escepticismo.

- “Sí” - contestó el viejo Khalil.

- “Eso es todo... porque así debes ser tú, Magín: indiferente como un muerto a los insultos y halagos del mundo... porque el que hoy te halaga, mañana te puede insultar, y quien hoy te insulta, mañana te puede halagar. No seas como una hoja a merced del viento de los halagos e insultos. Permanece en tí mismo, más allá de los claros y los oscuros del mundo”
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:23 am

Nunca te des por vencido

Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.

El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: ¡La horca! El juez, también comprado, cuidó, no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:

- “Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: vamos a escribir en dos papeles separados las palabras ‘culpable’ e ‘inocente’. Tú escogerás y será la Mano de Dios la que decida tu destino".

Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: ‘CULPABLE’. Y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.

El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon:

- “Pero, ¿qué hizo...?, ¿y ahora...?, ¿cómo vamos a saber el veredicto...?”.

- "Es muy sencillo", respondió el hombre, "es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué”.

Con un gran coraje disimulado, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:24 am

El árbol que perdió su sombra

Cuando nace un árbol, sus primeros brotes guardan la memoria de aquellos primeros momentos.

Y a medida que el árbol crece y crece, todos sus recuerdos van anotándose, uno tras otro, en sus hojas como si fueran las hojas de un libro; el libro de su vida.

Así, año tras año, en su despertar con la primera luz de la primavera, nuevos brotes de ramas verdes le hacen crecer hacia lo alto, de forma esplendorosa y floreciente.

El árbol va cubriendo su copa de hojas y más hojas, que va llenando de anotaciones, de anécdotas, de buenos momentos, también de alguna tristeza…La copa del árbol se hace más y más frondosa.

Durante el verano, su densa copa nos ofrece una estupenda y serena sombra escrita con todos sus pensamientos. El árbol dedica ahora su tiempo a releer todas sus notas y si nos quedamos sentados bajo su sombra nos deja compartir con él todos sus pensamientos. Es un lugar perfecto, tranquilo, donde pensar y aprender. La sombra del árbol nos ayuda a crecer.

Cuando llega el otoño, el árbol acaba de releer todas sus notas y guarda sus más bellos recuerdos o aquellos no tan gratos que le permitirán crecer y madurar. Une las hojas formando un pergamino y las guarda envolviendo su tronco, un lugar seguro, que además le hace más fuerte y robusto.

Así, año tras año, su tronco se hace más y más grueso. Si mirásemos en su interior encontraríamos dibujados bellos anillos de pergamino, perfectamente ordenados, que nos cuentan grandes historias de su vida o de cómo le fue durante aquel año.

Con la llegada del invierno, el árbol entra en un dulce y plácido sueño para descansar hasta que los primeros rayos de sol de la primavera le vuelvan a despertar.

Pero en mi jardin hay un árbol viejo que está triste.

Ha llegado la primavera pero no se acuerda de anotar nada en sus hojas. En su copa hay escasamente un pequeño velo de hojas y en ellas sólo veo escritas unas pocas palabras.
Le veo rebuscar en su interior buscando entre los anillos. Entonces, se pone a releer viejos pergaminos para que le cuenten cómo le fue, quien es, qué hacer. Pero está desorientado, porque cada vez tiene menos fuerza para mirar hacia dentro y los pergaminos andan medio revueltos.

Ha llegado el verano. La sombra con todos sus pensamientos es tan pequeña…
Me apoyo en su grueso tronco y miro con tristeza sus hojas. Leo sus palabras, escasas, tan simples y sencillas, tan divagadas. ¡Cuanto añoro la sombra de antaño!
Pero sigo ahí, sentada bajo su escasa sombra, porque es y sigue siendo mi árbol preferido. El árbol que yo más quiero. Y aunque las notas son escasas, las releemos juntos y yo le añado palabras allí donde faltan.

Sé que me escucha y que mientras yo esté sentada bajo su sombra leyendo, mantengo vivo su pensamiento, mantengo viva su memoria.

Así que soy yo quien ahora rebusca en su interior. Cojo algun pergamino de antaño, y le leo lo que en él hay escrito. Y es entonces cuando noto como mueve algunas de sus ramas, como si intentara anotar todavía algún nuevo pensamiento. Quién sabe…quizás anotar la alegría de recuperar aquella la memoria que ya creía perdida.

A medida que transcurre el otoño, con cariño le ayudo a plegar las notas y a hacer el pergamino. Le ayudo a guardarlo para que su tronco continue estando lleno de pergaminos que lleven su nombre y también el mío escrito…

Llega el invierno pero mi querido árbol no quiere ir a dormir. Se siente agitado y tiene el sueño ligero. Cojo su pergamino preferido y se lo leo. Y con sólo escuchar las primeras palabras se siente un poco más tranquilo y concilia el sueño. Pero aguardo a su lado, velando su sueño.

Y en los momentos más duros del invierno, protejo su tronco desnudo de la fuerte lluvia y de las nevadas.

Abono el suelo para prepararlo para cuando llegue el momento de volver a despertar y la lluvia de abril viene en marzo, apresurada, para regalarle sus primeras gotas de dulce amor primaveral.

Y veo feliz como el Sol sale expresamente de entre las Nubes para ayudarme a templarle porque aún siente mucho frío, mientras el Arco Iris ilumina el cielo de colores para alegrarle el despertar.

Mi querido árbol logra con esfuerzo hacer brotar algunas pocas ramas verdes y hacer nacer algunas pequeñas hojas, pero ya no anota nada. Ahora soy yo quien escribe en sus hojas y quien seleccionarà las historias para guardar en el pergamino de este otoño.
Y veo que mi árbol logra con esfuerzo hacer brotar algunas ramas verdes. Pero tiene la mirada perdida, hacia lo alto,y con dificultad me responde cuando le hablo, como si no oyera.

Ayer le encontré otra vez embelesado, mirando hacia arriba. Y al mirar yo también descubrí unos pájaros que han querido hacer nido en sus desprotegidas ramas para ayudarle a hacer sombra. ¡Y me pareció verle sonreir! Parecía agradecido…como quien escucha melódicos trinos que alegran la mañana.

Es otra vez verano pero mi querido árbol ha perdido su sombra. Y aunque ya no sabe quien soy, me siento a su lado, allí donde un día me regaló su espléndida umbría. Ahora soy yo quien escribo por él todas sus notas para poder releerlas juntos como cada verano, para luego recogerlas en el pergamino de este otoño…

Y cuando llegue el frío construiré un invernadero para que continúe sintiendo la calidez de su hogar. Y allí, sentada, apoyada en su tronco, le releerlé una y otra vez su pergamino preferido. Y ajenos a la tormenta, pasaremos horas y horas inmersos en extraordinarias historias vividas juntos mientras, a través de los cristales, veamos caer grandes gotas de lluvia.

Y cuando acabe la tormenta y llegue la calma, me quedarán sus preciados papiros y el eterno orgullo de haber gozado de su espléndida umbría.
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:27 am

Mármol o cuero

El hijo de cierto competente hombre de negocios mostraba signos de gran preocupación. Acostumbrado como estaba a detectar problemas, el padre lo invitó a almorzar para charlar a solas y conducirlo a contarle lo que le sucedía. Indagó, que en efecto, las cosas no marchaban bien: Su carrera, su trabajo, sus relaciones, estaban llenas de trabas y el joven se sentía acorralado e impotente.

- "No sé cómo superar los obstáculos", confió, " y no por debilidad, puedo asegurarlo. No conozco muchos más duros que yo, y sin embargo siento que retrocedo en vez de avanzar."

- "Querido hijo, la dureza no lo es todo", sonrió el experto. "El mármol es duro, pero si lo golpeas con un mazo se rompe en mil pedazos. Lo que importa no es ser duro, sino ser fuerte. El cuero es blando pero a la vez fuerte, por más que lo martilles no se romperá. Prueba a enfrentar las dificultades y desafíos con resistencia, pero también con flexibilidad, y pronto verás los resultados."
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:28 am

Los granjeros a los que se les daban bien los números

De entre todos los pueblos que el mulá Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudín encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.

- "¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudín al granjero de la casa en la que se alojaba.

- "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."

- "Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudín admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?"

- "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."

- "Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."

- "Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."

- "Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?

- "Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar."

- "Vale", dijo Nasrudín, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"

- "Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."

- "Lo entiendo", dijo Nasrudín . "Incluso, si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."

- "Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."

- "Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudín.

- "Así que, como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.

Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."

- "Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudín. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó:

- "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."

- "Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
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Mensaje  Paula Lun Nov 19, 2012 7:29 am

Las piedras y el hombre

Los seres humanos son como aquellas piedras que van en una corriente tratando de llegar al océano grande. Comienzan su andar desde el punto en que se inicia la corriente...

Cuando empiezan son toscas, tienen picos, son deformes y nadie les encuentra belleza alguna. Sin embargo, al ir en la corriente, el movimiento y la fricción las va limando, las va puliendo, hasta que finalmente llegan a donde la corriente es tranquila y suave...

Entonces las piedras toscas ya se pulieron, están redonditas y brillantes y todos las quieren coleccionar, sin embargo aun no están acabadas, siguen siendo piedras y algún día mostraran toda la belleza que guardan.

Así es el hombre... en la corriente de la vida, se encuentra con seres humanos que con sus picos, con sus defectos, aparentemente lastimará al que va al lado de él en la corriente...

Por el contrario, ese aparente roce doloroso sólo es una manera de pulir aquel pico que sobresale, y el rozamiento sólo es el medio para que, cuando lleguemos donde la corriente es suave, mostremos la belleza que guardamos.

Sin embargo, aún seguimos siendo seres humanos y algún día mostraremos la verdadera belleza que cada uno lleva
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:30 am

Las huellas doradas

Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma? Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- "Por un peso te alquilo el catalejo. "

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo, que desplegó el catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- "¡Qué raro!", exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- "¿Qué es lo raro?", preguntó el viejo.

- "El punto brillante", dijo Martín, "ahí en el patio de la escuela", siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.

- "Son huellas", dijo el anciano.

- "¿Qué huellas?", preguntó Martín.

- "¿Te acuerdas de aquel día...? Debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares", contestó el viejo.

Y después de una pausa siguió:

- "¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier."

- "No me acordaba", dijo Martín. "Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?"

- "Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida."

- "¿Y?"

- "Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros", explicó el viejo, "las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas."

Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio.

- "Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado."

Martín miraba la ciudad.

- "Ese que está ahí en el centro", siguió el viejo, "es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica...y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él."

Apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas
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Cuentos para pensar - Página 7 Empty Re: Cuentos para pensar

Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:31 am

La prisión del odio

Dos hombres habían compartido injusta prisión durante largo tiempo en donde recibieron todo tipo de maltratos y humillaciones. Una vez libres, volvieron a verse años después. Uno de ellos preguntó al otro:

- "¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?"

- "No, gracias a Dios ya lo olvidé todo", contestó. "¿Y tú?"

- "Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas", respondió el otro.

Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo:

- "Lo siento por ti. Si eso es así, significa que aún te tienen preso"
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:32 am

La mancha de tinta

Una vez un maestro estaba dando clase a sus alumnos. Aquella mañana quería ofrecerles una lección distinta a las que vienen en los libros. Después de pensar un poco ideó la siguiente enseñanza:

Hizo una mancha de tinta china en un folio blanco de papel. Reclamó la atención de los alumnos y alumnas y les preguntó:

- “¿Qué veis?”

- “Una mancha negra”, respondieron a coro.

- “Os habéis fijado todos y todas en la mancha negra que es pequeña”, replicó el maestro, “y nadie ha visto el gran folio blanco que es mucho mayor.”
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:33 am

La parábola del colibrí

El bosque esta en llamas, y, mientras todos los animales huyen para salvar su pellejo, un picaflor recoge una y otra vez agua del río para verterla sobre el fuego.

- "¿Es qué acaso crees que con ese pico pequeño vas a apagar el incendio?", le pregunta el León.

- "Yo sé que no puedo solo", responde el pajarito, "pero estoy haciendo mi parte."

Autor: Betinho
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:34 am

Se dice que era un mago del arpa. En la llanura de Colombia no había ninguna fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí con sus dedos bailadores que alegraban los aires y alborotaban las piernas.

Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.

A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:

- “Se llevaron las mulas.”

Y dijo también:

- “Se llevaron el arpa.”

Y, tomando aliento, rió:

- “¡Pero no se han podido llevar la música!”

Eduardo Galeano
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:38 am

El camino de Diógenes

Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas sentado en el umbral de una casa cualquiera.

No había ninguna comida en toda Atenas más barata que el guiso de lentejas.

Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas era definirse en el estado de mayor precariedad.

Pasó un ministro del emperador y le dijo:

- "¡Ay, Diógenes, si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas!."

Diógenes dejó de comer, levantó la vista y mirando al acaudalado interlocutor profundamente, le dijo:

- “¡Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador!.”
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:39 am

Algo muy grave va a sucederle a este pueblo

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno con una expresión de preocupación en su rostro. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

- “No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”.

El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

- “Te apuesto un peso a que no la haces”

Todos se ríen. El se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Y él contesta:

- “Es cierto, pero me he quedado preocupado por algo que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a sucederle a este pueblo”.

Todos se ríen de él, y el que se ganó su peso regresa a casa, donde está con su mamá. Feliz con su dinero dice:

- “Le gané este peso a Dámaso de la forma más sencilla porque es un tonto”

- “¿Por qué es un tonto?”

- “Porque no pudo hacer una carambola sencillísima preocupado porque su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.”

Su madre le dice:

- "No te burles de los presentimientos de los mayores porque a veces se hacen realidad... "

Una pariente oye esto y va a comprar carne. Le pide al carnicero:

- “Deme un kilo de carne”, y en el momento que la está cortando, le dice “mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar le dice:

- “Mejor lleve dos kilos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas”.

Entonces la señora responde:

- “Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos...”

Se lleva los cuatro kilos, y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.

Llega un momento en que toda la gente en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde alguien dice:

- "¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?"

- "¡Pero si en este pueblo siempre hizo calor! Tanto calor que los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos."

- "Sin embargo" -dice uno-, "a esta hora nunca hizo tanto calor."

- "Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor."

- "Sí, pero no tanto calor como ahora". Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

- “Hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

- "Pero señores, siempre hay pajaritos que bajan."

- "Sí, pero nunca a esta hora". Es tal la tensión de los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

- “Yo que soy muy macho” - grita uno – “Me voy”.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve. Hasta que los demás dicen:

- “Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos”. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

- “Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa”, y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra; en medio de ellos va la señora que tuvo el presentimiento y le dice a su hijo :

- “¿Viste mi hijo que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?”.


Este cuento fue narrado verbalmente en un congreso de escritores, por Gabriel García Márquez
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:40 am

El dedo

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

- “¿Qué más deseas, pues?”, le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

- “¡Quisiera tu dedo!”, contestó el otro

Feng Meng-lung
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:41 am

El ladrón de dicha

Cuenta una antigua leyenda que un anciano sabio vivía en las afueras de una pequeña ciudad de provincia. El hombre era muy conocido no sólo por su sabiduría, sino también por su buena suerte.

En la misma ciudad vivía también un joven que, aunque fundamentalmente honesto, estaba constantemente en pos de la suerte, la fama y la riqueza. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, la fortuna no quería sonreírle. El joven ya no sabía qué más hacer y estaba al borde de la depresión, cuando se le ocurrió ir a ver al sabio para pedirle que le contara el secreto de su éxito. En efecto, todo lo que precisaba, el sabio lo tenía. Y todo lo que emprendía le salía redondo. No le faltaba ni hogar, ni comida, ni ropa. La gente le amaba, respetaba y veneraba. No carecía de riqueza espiritual, pero tampoco de medios materiales.

Aquel día el joven se levantó muy pronto para evitar las colas interminables de personas que iban a pedirle consejo al anciano. Se vistió con sus mejores vestidos, se arregló y llegó a la morada del sabio temprano. Llamó al portal. El sabio le abrió y, amablemente, le recibió en su casa. Una vez terminadas las presentaciones formales, el joven fue directamente al grano y dijo:

- "La razón de mi visita es sencilla: querría saber tu secreto para vivir tan holgadamente. Verás, he notado que no te falta nada, mientras a mi me falta todo, y esto es a pesar de mis esfuerzos y buena voluntad. También he notado que mucha gente posee bienes materiales, pero son infelices. En cambio a ti no te falta tampoco la felicidad. Dime, ¿cuál es tu secreto?"

El sabio le miró interesado y sonrió diciéndole:

- "Mi respuesta también es sencilla: el secreto de mi buena suerte es que yo robo... "

- "¡Lo sabía!", exclamó el joven, "habría tenido que deducirlo yo mismo. ¡Eso era el secreto!"

- "¡Espera!... Todavía no he acabado", dijo el anciano . Pero el joven ya había salido corriendo exultante. El anciano intentó darle alcance, pero no pudo, por lo que regresó imperturbable y calmadamente a su casa.

Tras la visita al sabio, la vida del joven cambió radicalmente: empezó a robar aquí y allá, a revender las cosas sustraídas a los demás y a enriquecerse. Cometía toda clase de hurtos: robaba animales, cosas, dinero e incluso entraba a robar a casas. La fortuna parecía haber empezado a sonreírle, cuando fue capturado por las autoridades. Fue procesado por numerosos delitos y condenado a cinco años de dura cárcel. Durante su estancia en la prisión, tuvo tiempo de meditar y llegar a una conclusión. Según sus deducciones, el anciano se había mofado de él, y, más idiota había sido él mismo, por seguir tan necio consejo. Se prometió que una vez salido de ahí, volvería a ver al anciano para darle su merecido.

Los años pasaron y el joven fue puesto en libertad tras pagar su deuda con la sociedad. Nada más estar libre otra vez, ni siquiera pasó por su casa, sino que se fue directamente a la residencia del sabio. Tras llamar impacientemente a la puerta, el sabio abrió.

- "Ah, eres tú", le dijo.

- "Sí, soy yo y he venido para decirte lo inútil que eres, viejo tonto. ¿Sabías que gracias a tu consejo me he pasado los últimos cinco años de mi vida en la cárcel? Si todos los consejos que das son así, menudos imbéciles que tenemos que ser los que te escuchamos."

El anciano le escuchaba con paciencia, y cuando la rabia del joven remitió, así le contestó:

- "Comprendo tu rabia. Pero el artífice de tu desdicha eres tú y solamente tú, sobre todo por tu incapacidad de escuchar. Cuando viniste aquí hace cinco años, te dije la verdad, te dije mi método para asegurarme la dicha, solo que tú no quisiste oír más y entendiste lo que quisiste. Cuando te dije que yo robo, era verdad, solo que no robo a los humanos. Robo aire, luz, agua y energía. Robo chi. Verás, robo al Tao porque el Tao es vacío y utilizándolo nunca rebosa, se vacía sin agotarse, y su función no se agota nunca."
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:42 am

Los tres príncipes de Serendip

El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

- "Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?"

- "A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores."

- “¿Sólo a veces?”

- “Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Eso es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.”

- “¿Qué les pasó?”

- “Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: “Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho".

- “¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?”

- “Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río.”

- “¿Y los otros príncipes?”

- “El segundo, que era más sabio, dijo: “le falta un diente al camello.”

- “¿Cómo podía saberlo?”

- “La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.”

- “¿Y el tercero?”

- “Era mucho más joven, pero aun más perspicaz, y, como es natural, en los hijos pequeños, más radical, al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: “el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro"

- “¿Cómo lo sabía?”

- “Las huellas eran más débiles en este lado.”

- “¿Y ahí acabaron las averiguaciones?”

- “No. El mayor, picado en esta competencia, afirmó: “por mi puesto de Arquitecto Mayor del Reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel.”

- “Pero, eso es imposible de adivinar.”

- “Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de hormigas que comía en un lado, y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas.”

- “Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos.”

- “El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: "En el camello iba montada una mujer". Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aún.”

- “¿Cómo pudo saberlo?”

- “Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río.”

- “¿Por qué había bajado? ¿Tenía sed?”

- “El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: "Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos".

- “Eso es aún más difícil de saber.”

- “Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse.”

- “Los tres hermanos eran muy listos.”

- “Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias.”

- “¿Por qué?”

- “Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal, y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido.”

- “¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?”, le dijo el hermano mayor.

- “Sí”, le dijo el mercader intrigado.

- “¿Le faltaba algún diente?”

- “Era un poco viejo”, dijo rezongando, “ y se había peleado con un camello más joven.”

- “¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?”

- “Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca.”

- “Llevaba una carga de miel y mantequilla.”

- “Una preciosa carga, sí.”

- “Y una mujer.”

- “Muy descuidada por cierto, mi esposa.”

- “Qué estaba embarazada.”

- “Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?”

- “No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer”, buen hombre, le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El discípulo también rió.

- “Eran muy sabios.”

- “Sí, pero el buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció.”

- “¡Pero, ellos tenían razón!”

- “Los perdió su soberbia juvenil. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader, había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas.”

- “¡Qué triste destino para los sabios!”

- “La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado, y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública, como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso Emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes. Por cierto, que el segundo hermano se casó con la muchacha, que estaba bastante harta del mercader.”

- “La sabiduría tiene su premio.”

- “La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.”
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:43 am

La parábola de la parábola

Hace mucho tiempo andaba la Verdad por las calles, en los pueblos, tratando de hablar con la gente, pero la gente no la quería, la despreciaban solamente por las ropas que llevaba. La Verdad andaba con harapos, sin lujos, sin pretensiones, tan simple, pura y sencilla como la Verdad.

La Verdad siempre trataba de acercarse a la gente, de entrar en sus hogares, pero siempre fue despreciada y humillada, pues nadie la quería por sus vestiduras harapientas.

Un día la Verdad andaba caminando y llorando, muy triste por todo esto, hasta que de repente se encuentra a alguien muy alegre, divertido, vestido con colores muy llamativos y elegantes y toda la gente la saludaba!!!.....Era la Parábola!!!

...Y la Parábola ve a la Verdad y le dice: "Verdad, ¿por qué lloras?"

La Verdad le responde: "La gente me desprecia y me humilla! Nadie me quiere ni me aceptan en sus casas!"

La Parábola le dice: "Claro, Verdad... Te entiendo; lo que pasa es que tienes que vestirte como yo, con colores y bien elegante....y verás el cambio"

Parábola le prestó uno de sus vestidos a Verdad y desde ese día, como un milagro, de repente, la Verdad fue aceptada por la gente y era querida por todos...

Moraleja:

Nadie acepta la Verdad desnuda. Todos la prefieren disfrazada con ropas de Parábola
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:44 am

Asfalto reflexivo

Era cualquier día de la semana. El despertador sonó e hizo su función que es despertar. Agradecí estar viva y de un salto me levanté de la cama para preparar todo el material que iba a necesitar para las siguientes 24 horas; bolsa con ropa deportiva, botella de 1,5L de agua, esterilla y manta para mi practica de yoga, etc. Y fue después de mi ducha y mi desayunó favorito, arroz con salsa de soja y un té con miel, cuando subí al coche y emprendí mi viaje diario hacia la oficina.
Una vez pasado y pagado el peaje de mi pequeña población para poder acceder a la autopista, algo ocurrió... Ocurrió el instante mágico que cada día se nos aparece para darnos alguna pista, alguna señal, o sencillamente para hacernos aprender algo sobre nosotros mismos.
Un triángulo de alerta avisaba de un monovolumen gris averiado en el arcén contrario por el que yo circulaba. Me sorprendí al ver al propietario del coche, que por su indumentaria intuí que iba camino al trabajo, detrás de la valla que separa el asfalto de los arbustos. Parecía no importarle lo más mínimo el problema que pudiera tener su medio de transporte. ¿Sabéis que es lo que estaba haciendo? Observar la salida del sol en el horizonte. Ese amanecer que cada día el universo nos regala pero que por las prisas, el estrés y la ofuscación no sabemos apreciar. Quizás él sea una de esas personas cegado por las prisas, que hacia ya demasiado tiempo que no se detenía a disfrutar del poder del ahora. Y la vida lo puso en su lugar y yo estaba allí para presenciar.

En realidad todo sucedió muy rápidamente, tan rápido como dejar una farola atrás por la velocidad de 100 km/h que lleva un automóvil de media en el asfalto. Todo y así pude vivirlo y seguir todo mi trayecto con una sonrisa en la cara y en el corazón por aquel individuo, porque si os detenéis a reflexionar un momento, pocas veces se ve a un hombre con su coche averiado, que va a llegar tarde al trabajo, observando anonadado la salida del sol en camisa y pantalón de pinza, con las manos en los bolsillos y con una aura de paz e iluminación únicas. Como si no le importará nada más que la belleza de estar presenciando algo tan maravilloso.

¿Quien sabe? Quizás la vida le hizo "frenar, parar, aflojar" su ritmo, su modo de conducción, su forma de vivir, su manera de sentir. Quizás fue una señal de alerta, un aviso. Quizás fue un regalo.
¿Y sabéis lo mejor? Que tuve la oportunidad de comprobar como se dio cuenta de lo que ocurrió, pude comprobar y disfrutar de saber que alguien más entendió el mensaje.

Al hombre con camisa y pantalón de pinza:
- "Estés donde estés, gracias por hacerme disfrutar de tu avería y poder escribir un cuento sobre lo mucho que puede hacernos reflexionar el asfalto."
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:44 am

Caja de cartón

Cuando nací, mamá me metió en una caja de cartón, una de esas cajas donde guardan sus zapatos quienes tienen zapatos.

Aquella caja era mi cuna, mi habitación, mi casa, las paredes que amortiguaban el llanto de mamá… Pocas semanas después, mamá gastó todos sus ahorros.

Compró un billete para una embarcación que nos debía llevar a una tierra donde las niñas no duermen en cajas ni las mamás lloran. Zarpamos de madrugada. El secundo día nos sorprendió una tormenta.

El barco escoró, entró agua por la cubierta y se fue a pique. Mamá nadó desesperadamente hacia la costa, tirando de mi pequeña balsa de cartón. Sus paredes apenas me permitieron oír los gritos de quienes no sabían nadar. Llegamos a una playa solitaria. Mamá y yo, nadie más.

La marea se llevó mi caja mar adentro. Ya nada silenciaba el llanto de mamá. Vagamos durante varios días con la esperanza de encontrar una cara conocida, algún compañero de nuestra malograda travesía. Dormíamos a cielo abierto hasta que encontramos una enorme caja de cartón.

La caja se convirtió en nuestra cama, nuestra habitación, nuestra casa, las paredes que cobijaban nuestro llanto. Comiendo raíces aprendimos que, estés donde estés, el sabor de la tierra es siempre parecido. Yo no sé bien por qué, pero eso nos reconfortaba. Cada noche recorríamos las basuras en busca de alguna patata o algún tomate.

En una de aquellas salidas, mamá reconoció a una mujer que había viajado en nuestro barco. Se abrazaron, lloraron, se preguntaron por los demás…

Y las dos respondieron con un movimiento triste de cabeza. Aquella noche, nuestra nueva amiga, Aihala, trasladó su caja de cartón junto a la nuestra. Además de cobijar nuestro llanto, ahora las cajas también hacían resonar nuestra risa. Parecía imposible pero, a pesar de todo, no se nos había olvidado reír.

Pasaron varias lunas. Nuevas amigas se acercaron con sus cajas de cartón. Juntas nos sentíamos seguras, incluso felices. Porque, como decía mamá: Cuando las penas se comparten, las lágrimas son más pequeñas.

Alrededor de nuestra caja había nacido un pueblo de cartón, pobre pero alegre. Reíamos entre nosotras, y también sonreíamos a los desconocidos. Algunos nos devolvían la sonrisa. Pero no todos eran amables con nosotras.

Hasta hubo quien jugó con fuego. Sucedió bien entrada la noche, una noche que jamás se borrará de mi memoria. El fuego se extendió por el pueblo de cartón y todas las cajas ardieron. Nada pudo silenciar nuestros gritos de dolor. Nunca volví a ver a mamá. A Aihala, tampoco.

Me llevaron a un orfanato, y después quisieron que volviera a mi país; pero en mi país nadie sabía de mí y aquí nadie parecía saber de mi país.

Finalmente me adoptaron y, al cabo de un tiempo, volví a sonreír.

Parece imposible pero, a pesar de todo, no se me había olvidado sonreír. Ahora soy feliz junto a mi nueva mamá. Yo la quiero y ella me quiere. Me quiere tal como soy. Vivo en una casa.

Tengo mi habitación, mi cama, mi armario… Y en el armario tengo una caja de cartón; una de esas cajas donde guardamos los zapatos quienes tenemos zapatos.

Pero en mi caja no hay zapatos, sino recuerdos. Porque no quiero olvidar. No quiero olvidar el llanto de mamá… … y tampoco su sonrisa.

Autor: Txabi Arnal
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Mensaje  Paula Jue Dic 06, 2012 6:45 am

Manos de mamá

Tres años hacía ya que Mauro había enviudado. Tres años hacía ya que la vida le había enseñado que todo, absolutamente todo, puede pasar.

Mauro había aprendido lo que todos deberíamos saber, pero no queremos hacer. En cualquier momento y a la vuelta de la esquina, la .ida puede cambiar radicalmente. Una enfermedad, la más cruel, la más temida se había llevado a su esposa y había dejado a su pequeña hija sin su mamá.

Fue muy difícil entender la ausencia y, más difícil aún, acostumbrarse a ella. Los primeros tiempos, luego de la muerte de Laura, resultaron intensos, crueles, inentendibles. Mauro sentía que los días pasaban como las estaciones de un subterráneo en el que no quería viajar y cuyo destino era incierto.

El tiempo fue transcurriendo, y la vida –que se acomoda a lo que la muerte dispone– continuaba su curso. Todas las manos que amorosamente habían colaborado en esos primeros tiempos retomaron sus propias vidas, y Mauro debía arreglarse solo, y con su pequeña hija.

A partir de ese momento, a la ausencia de Laura se sumó otra más: la de sus manos. Mauro jamás había pensado en todo lo que las manos de su esposa hacían y, menos aún, en cómo lo hacían. La comida diaria fue uno de los primeros desafíos que tuvo que enfrentar. No era demasiado el apetito que tenían por ese entonces, y pasó dignamente esa prueba. Los quehaceres de la casa quedaron a cargo de una empleada, quien intentaba –sin éxito– que la casa volviese a parecer un hogar.

Mauro tuvo que aprender a cepillar el cabello de su hija, a colocar una hebilla, y en esas aparentes pequeñas cosas, se sentía mucho la ausencia de unas manos de mamá. Las comparaciones no tardaron en llegar:
─¡Mamá me peinaba mejor, tú no sabes colocar una hebilla!
─Mamá forraba mejor mis cuadernos, me arropaba con más cuidado, cantaba mejores canciones, contaba cuentos más bonitos.
─¡Me tomas demasiado fuerte de la mano para cruzar la calle!

Mauro sabía que todo eso era cierto, pero también sabía que su hija debía acostumbrarse a esa nueva realidad. La ausencia del ser amado adquiere la inmensidad del océano y su profundidad también. Se distingue en su inmensidad y se siente en cada pequeña gota que lo conforma.

Pensó, alguna que otra vez, que todo hubiese sido más sencillo si su hija hubiera sido varón.
─¿A quién quiero engañar? ─se dijo─.
Seguramente, Laura le hubiese atado mejor los cordones de los botines. No era fácil ser padre solo y menos de una niña. ¿Y cuando creciera? ¿Y cuando tuviese dudas con su cuerpo? ¿Y cuando irremediablemente alguien le rompiese el corazón? Sin dudas, la ausencia de la mamá la sentiría aún más.

Como fuere, había que seguir adelante. Mauro sabía que jamás reemplazaría el lugar que había ocupado su esposa, pero se las ingenió para aprender muchas cosas, desde colocar una hebilla con gracia, hasta decorar una torta de cumpleaños.

Su hija ya no se quejaba de la comida, ni de cómo la peinaba. Tampoco de cómo la tomaba de la mano para cruzar la calle. En la soledad de una vida sin mamá, era muy necesario que su papá le infundiera fuerza y confianza.

Un día, ambos comenzaron una vida nueva, no la del dolor en la que deja sumido la muerte, sino otra diferente, donde volver a ser feliz era el gran desafío. Poco a poco, lo fueron logrando.

Descubrieron juntos que el sol seguía brillando y que el cielo seguía siendo de un hermoso color azul. Sus vida se reacomodaron porque la muerte no siempre tiene la última palabra.

De algún modo, de esos que solo el amor conoce, Laura acompañó siempre a su pequeña hija. Sus manos la acariciaron durante toda su vida, porque las manos de una mamá obran maravillas, entre ellas, vencer a la muerte

Autor: Liana Castello, escritora argentina. Cuentos para adultos. Historias de vida.
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Mensaje  Paula Lun Ene 28, 2013 9:49 pm

La pastelería

Todos los días, a las cinco en punto abría la pequeña puerta que daba al costado de la calle.

Todos los días, a las cinco pasadas encendía el horno y comenzaba su trabajo. La pastelería no abría sino hasta las ocho treinta, pero el maestro pastelero debía amasar y preparar sus dulces para que estuviesen tibios y humeantes para sus primeros clientes. Se servía un té, que indefectiblemente se enfriaba en el fragor de su tarea, pero que tomaba igual al cabo de unas horas.

Y allí comenzaba la magia, luego de las cinco, todo era posible. Una tosca masa de levadura, se transformaba en un almohadón suave, redondo y tibio. El chocolate tomaba formas inesperadas. Las medialunas se tomaban de las manos y hermosamente estibadas, esperaban en forma ordenada a ser introducidas en el horno, no sin antes darse un tibio baño de almíbar.

Los muffins eran cobijados por decorados pirotines y abrigados por una crema que los cubría y que además los vestía de gala con granas de todos colores. Pasadas las cinco, la magia comenzaba y la soledad ya no se sentía.

El maestro pastelero no tenía familia, pocos amigos, pero sí muchos clientes. Era viudo y no había tenido hijos. Daba entonces a sus cremas, pasteles y panes un trato que iba mucho más allá de colocarlos en el horno y prepararlos con dedicación. La pastelería era su vida. La decoraba, la limpiaba y ordenaba.

Pasaba noches enteras pensando nuevas recetas o alguna innovación en las ya consagradas. Moños y envoltorios que diesen la terminación que cada pequeña obra de arte merecía. Cierto día, se dio cuenta que eran las seis y no había encendido el horno “¡Caramba qué descuido!” pensó, pero al día siguiente notó que el fino trazo de la manga, ya no era tan exacto y preciso como siempre. A la semana siguiente, olvidó los muffins en el horno y comenzó a preocuparse.

Pero no fue hasta una mañana en que se quedó dormido y no abrió la pequeña puerta que daba al costado de la calle a la cinco en punto, en que se dio cuenta lo que ocurría. Estaba cansando y se sentía viejo. Su amor por ese negocio que había convertido en su vida misma, no había mermado en absoluto, pero si sus fuerzas.

Era hora de comenzar a delegar. Era tiempo de enseñar el oficio a otras manos jóvenes y ágiles que pudieran continuar con su tarea. No quería, no podía. Dejar sus masas en manos de otra persona era algo impensado. Permitir que otros ayudasen a que las medialunas se tomasen de la mano y brillasen como reinas, no era algo que el maestro pastelero se hubiese planteado jamás.

Pero el tiempo no consulta nuestra voluntad y muchas veces -no todas- decide por nosotros. Pensó en cerrar la pastelería, pero aquello era igual a morir en vida y no estaba dispuesto a morir, no todavía.

Fue entonces, cuando colocó en la vidriera un cartel que decía “Se necesita aprendiz”. No le gustó como quedaba en medio de los budines y bombones. Le pareció que ese cartel era un intruso en la intimidad de esa vidriera que sólo él armaba con un infinito amor. No iba a ser sencillo encontrar al joven que pudiese aprender todo lo que él sabía, pero más difícil aún, sería encontrar a alguien que le diese el mismo sentido, la misma dedicación y el mismo amor que él daba a cada producto manufacturado.

“No tiene buen pulso”, pensó del primero. “Sus manos son ásperas, no amasará con delicadeza”, pensó del segundo. “Es ansioso, sacará las cosas del horno antes de tiempo”, dijo del tercero y con el último muchacho se quedó. No fueron sus manos, ni su pulso lo que lo hizo tomar la decisión, sino su mirada. El joven miraba la pastelería con un dejo de éxtasis y fascinación. Observaba los panes y los bombones como a obras de arte y tomó un muffin con la misma delicadeza con que se toma a un recién nacido en brazos. “Es él” se dijo.

Pasadas las cinco del día siguiente comenzó el entrenamiento. A las cinco en punto del otro día abrieron juntos la pequeña puerta y a las ocho treinta levantaron ambos la persiana de ese mundo de levadura y azúcar que hacía un poco menos dolorosa la vida de muchos.

En ese pequeño gesto de levantar la persiana junto al joven, el pastelero se dio cuenta que había sido acertada la decisión de tener un ayudante. No había querido aceptar, hasta ese día, que ya le costaba mucho levantarla solo. Las persianas suelen ser como la vida, con los años, se ponen más pesadas o mejor dicho, se va teniendo menos fuerza y se hace más necesario otras manos que nos ayuden.

El joven aprendía con una velocidad impresionante y no sólo eso, con el tiempo, comenzó a crear sus propias recetas. Sólo unas pocas correcciones debía hacerle el pastelero muy de vez en cuando.

- Haz repetido grana del mismo color en este muffin.

- Recuerda que la manga es como ciertas personas, necesita firmeza para ir derecho por la vida.

- Debes cuidar el baño María, al chocolate hay que tratarlo con dulzura y tranquilidad, como a las personas irascibles.

Una mañana el pastelero se quedo muy dormido y salió apresurado de su casa, ya no podría abrir la pastelería en punto. Llegando a la calle donde estaba su negocio, el aroma le indicó que el joven había estado a las cinco en punto, que el horno había sido encendido a las cinco pasadas y que todo había estado en orden a las ocho treinta cuando la persiana debió haberse levantado. Un té tibio lo estaba esperando y respiró tranquilo.

El tiempo fue pasando y el joven se convirtió en un experto. No sólo era un buen alumno, sino que tenía eso que hay que tener muy dentro de uno para que las cosas salgan bien, amor mucho amor y orgullo. El tiempo fue pasando y el joven dejó de ser tan joven y el maestro pastelero dejó de sentirse viejo para ser viejo.

Y como en uno de esos trueques que la vida nos ofrece, los roles se intercambiaron. Ahora era el muchacho quien corregía con infinito respeto el pulso tembloroso del maestro, quien recordaba la hora en que el horno debía prenderse y el tiempo de levado de cada pieza. A las cinco en punto, el muchacho abría la pequeña puerta del costado de la calle, pasadas las cinco encendía el horno y ocho y treinta levantaba la persiana y el maestro lo acompañaba en esos rituales que tan suyos habían sido.

Un día el maestro enfermó y ya no pudo levantarse. Ya no le molestaba morir. Lo que había sido su vida entera, no moriría con él, había un joven que seguiría dándole sentido a ese mundo que con tanto amor, él había construido.

Tranquilo y feliz, como quien deja el más hermoso legado en las manos de un hijo, el maestro murió.

Y como el más respetuoso y amoroso de los homenajes, a las cinco en punto del día siguiente, el joven abrió la pequeña puerta del costado de la calle, pasadas las cinco encendió el horno y a las ocho y treinta subió la persiana de la pastelería. Se sirvió un té, que también dejaría enfriar, y comenzó a trabajar.

Autor: Liana Castello, escritora argentina.
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Mensaje  Paula Lun Ene 28, 2013 9:51 pm

Cuentos dificiles

El niño llegó a su casa con los ojos enramados y el semblante entristecido.

- ¿Qué te pasa? – le dijo su papá.

- No es nada, no es nada, estoy bien, – Contestó el niño yendo rápidamente a su habitación.

Pero el padre no se quedó contento con la respuesta y preocupado por su hijo, viendo que no estaba en la mesa a la hora de la cena, fue a su cuarto a preguntarle.

- ¿Qué tienes? ¿Algo te preocupa? -L preguntó el padre golpeando la puerta de su habitación.

- Que no es nada, ¡déjame tranquilo!, solo quiero estar solo.

El padre reflexionó unos segundos sobre la respuesta de su hijo y de nuevo habló:

- ¿Puedo hablar contigo? Es por algo importante, es que necesito un consejo tuyo.

El hijo, al escuchar aquellas palabras sin saber bien cómo reaccionar ante tal petición, abrió la puerta y dejó entrar a su padre.

Entonces el padre le habló así:

-Verás, necesito contarle un cuento a tu hermano pequeño para que se duerma y ya se los sabe todos, no sé cuál contar, ¿Podrías decirme tú uno que pudiera gustarle?

El niño tratando de demostrar normalidad le dijo a su padre con seriedad.

- No sé, cuéntale un cuento FACIL, seguro que le gustará, dijo el hijo con la voz derrotada.

- ¿Uno fácil? uno… ¿fácil? – Volvió a repetir su padre intentando entender a su niño.

- Sí, uno fácil, leeré un cuento fácil, – Dijo el hijo.

El padre se quedó meditando y sin llegar a comprender lo que su hijo pedía no tuvo más remedio que decirle:

- ¿Y cuál podría ser para ti un cuento fácil?

Y el niño como si le fuera a dar una lección a su padre sentado sobre la cama y con los ojos aún enrojecidos, cruzó los brazos en actitud de adulto y le explicó a su padre:

- Pues por ejemplo un cuento en el que dos conejitos van al campo con su mamá y uno se escapa y entonces le buscan y le buscan y le buscan por todo el bosque y al final le encuentran comiendo moras y con la tripa tan llena que no podía moverse y su mamá le dice que no vuelva a irse de su lado sin avisar, que aún es chiquitín para quedarse solo y entonces el conejito le pide perdón a su mamá y le dice que no volverá a hacerlo y su mamá lo carga en sus brazos y regresan todos juntos y felices a su casa.

El papá miró al niño con asombro, no solo acababa de inventarse un cuento bonito sino que además el mensaje del cuento era educativo. Pero confuso aún por el título que le había puesto le dijo a su retoño:

- Hijo y ¿Porqué a ese cuento le llamas el cuento fácil?

El niño sin demostrar un ápice de sorpresa por la pregunta le dijo a su padre:

- Pues porque es un cuento fácil ¿No lo ves? Es un cuento feliz, sencillo de contar y de entender, seguro que le gustará y se dormirá enseguida.

Y entonces su padre, intrigado por tal respuesta se atrevió a preguntarle de nuevo a su hijo:

- No lo entiendo bien, si eso es un cuento fácil, entonces ¿Cual podría ser un cuento difícil?

- Humm, – dijo el niño cambiando su rostro,

- Eso no es fácil de responder, humm, veamos un cuento difícil sería aquel en el que dos conejitos van al campo con su mamá y uno de ellos se escapa y se va al bosque y se encuentra con otro conejito que lleva muchos años viviendo solo y se van juntos a pasarlo bien, y su mama y su hermanito le buscan desesperados pero llega la noche y no lo encuentran, entonces llaman a la policía y todos se ponen a buscarle. Al final lo encuentran pero está muy mal herido, pues su compañero de juegos, que era más mayor, lo abandonó a su suerte cuando se cansó de estar con él y como era muy chiquitín no podía defenderse de los peligros que hay en un bosque y cayó en una trampa de osos y casi se muere. Pero al final lo recuperan y se lo llevan a casa para que se cure y su mamá le dice que no vuelva a escaparse y él, al ver a su mamá tan triste, con lagrimitas en los ojos le pide perdón y le dice que lo había pasado muy mal y que no volvería a hacerlo y todos se quedan tranquilos y viven felices.

El padre se quedó aún más boquiabierto al ver la imaginación y facilidad expositiva que tenía su hijo pero una duda le quedó en el aire y le dijo de esta manera:

- Ah, ya comprendo y le llamas el cuento difícil porque se complica mucho y pasan muchas cosas hasta llegar a un final feliz, ¿No?

Entonces el hijo con una mirada ensombrecida por la pena le dijo a su padre: – No, papi, no es un cuento difícil por eso. Y de nuevo con los ojos enramados, calló y bajó la mirada sin decir nada más. Su padre, al comprender entonces que algo importante le pasaba a su hijo, pues esa no era su actitud normal como respuesta, le dijo así:

- Hijo, antes de ir a contarle ese cuento fácil que me has dicho a tu hermano, ¿Por qué no me cuentas ahora ese cuento difícil en el que ahora estás pensando?

El niño se quedó pensativo unos segundos y habló de esta manera:

- Esta mañana al ir al cole por un camino distinto he encontrado sin vida y tirado en una calle a mi mejor amigo Tomás, cuando no estaba en clase andaba siempre con malas compañías y se había escapado de casa hace unos días. No han podido dar con él hasta ahora y su familia lo ha pasado muy mal. Cuando le he encontrado era muy tarde para hacer nada, solo he podido avisar a la policía. Al parecer en una pelea callejera anoche le han clavado un cuchillo y ha muerto desangrado y solo. Su mamá al enterarse de la noticia ha tenido un ataque de nervios y se la han llevado rápidamente al hospital. Mañana todos sus compañeros iremos al funeral.

El padre con la voz emocionada por lo que le estaba contando su hijo le dijo:

- Hijo y ¿Porqué no me has contado hasta ahora todo esto?

- Porque las tristezas, el dolor o las cosas que no terminan bien, me dan miedo, no me gustan, son cuentos difíciles de contar papi, – Dijo el niño rompiendo a llorar y sintiéndose aliviado al descargar la verdad de sus emocionados ojos en el hombro de su padre.

Entonces el padre abrazó con fuerza a su hijo y compartió durante unos minutos el llanto, luego mirándole a los ojos le dijo a su niño:

- Mira, cuando seas más mayor me gustaría que recordaras este consejo que te doy ahora, ¿Vale?

- ¿Qué consejo es ese papá? – dijo el niño buscando los ojos amorosos de su padre y ya un poco más reconfortado.

-”Esta vida en realidad es como una colección de cuentos infantiles, todos queremos siempre escuchar los cuentos fáciles, de final sencillo, pero las personas más valiosas de tu vida serán aquellas que se paren y le dediquen tiempo a querer entender tus cuentos difíciles.”

Autor: Cristina Mena
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Mensaje  Paula Lun Ene 28, 2013 9:52 pm

Y emtonces recordé a Peter Pan

Y un día crecí.

Crecí tanto como Alicia cuando comió el pastel.

Ya no podía entrar en la casita de madera que mi padre había construido para mí en el patio, bajo la sombra del Siempreverde.

¿En qué momento dejé de apretar la cara contra un vidrio para que del otro lado me la vieran deformada?

¿Cuándo dejé de meter mis dedos índices en la boca y estirármela hasta que mi tía Aurelia me retaba? : “¡No hagas eso que te vas a quedar así!”

¿Cuál fue el instante en que empecé a considerar una tontería el caminar sin pisar las junturas de las baldosas o el envolverme en las cortinas y empezar a girar para después “desenvolverme” de golpe?

¿Fui consciente de la última vez que hice el triple puente jugando a la Payana con una amiga, o de cuando nos tirábamos las almohadas por la cabeza con mi prima, o de la siesta en que comimos una sandía cada una y se nos llenó la panza de agua…? ¡No! Todo pasó demasiado rápido como para que pudiera darme cuenta.

“¡Ya sos grandota para jugar a las muñecas!” Sí, ya era grande… Y allá quedaron con sus caritas lindas las muñecas, con su carita fea la Pepona, con sus ojitos azules y movibles el muñeco Marcelino y el bebote de goma que tomaba la mamadera y hacía pis.

¿Es que no me da cuenta de que había dejado de interesarme sacar la lengua en el gesto de buscar pelea con otra chica? La carrera al kiosco para comprarme la última historieta ya no me generaba la misma alegría, y, lo que era más grave en mí (lectora incondicional), era que se me estaban viniendo abajo los príncipes y las reinas malvadas y las Cenicientas y las hermanas feas. Eso era muy muy grave; ¡sí señor!

¿Y la Rayuela marcada con tiza en la vereda..? Ya no importaba llegar al “cielo”, ya no importaba inflar bombitas de agua para los Carnavales, ya no importaba hacer cartitas para los Reyes Magos, ¡si me habían dicho que eran los padres! Entonces, ¿para qué tanto dejar agua y pasto para los camellos que venían cansados? ¿No hubiera sido más fácil que lo dijeran desde un principio?

¿Cuándo fue que dejé de jugar a la Mancha venenosa? ¿Cuándo de buscar un escondite bien seguro para que mis amigos no me encontraran? ¿Cuándo dejé de odiar la sopa hasta el límite de preferir el coscorrón por negarme a tomarla?

¿Acaso el “Ring-raje” había pasado de moda..? ¿Por qué ya no era tentador cuando caía un golpe de piedra salir corriendo afuera y llenarme la boca de granizo?

Una tarde perdí todas las figuritas; me las ganaron con trampa y no las defendí. ¿Qué me estaba pasando?

Y entonces recordé a Peter Pan. Y entendí porqué no había querido crecer y se había quedado niño por siempre en la isla de Nunca Jamás.

Fue entonces que me inventé un mundo propio. Y cuando encuentro a alguien que puede comprender lo que es un mundo propio; cuando veo al niño que todavía existe en los ojos y en la sonrisa de un adulto, me digo: “Peter Pan está aquí; puedo charlar un rato con él.”

Autor: Dora Ponce, escritora argentina.
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